Molinos en el horizonte, desde Quero-Villajos |
Tras más de dos años sin atreverme, quizá falto de tiempo
por tantos quehaceres, pero habiendo recorrido cada palmo con mi mente tantos
amaneceres, escuchando el sabio susurro en sus papeles, soñando el camino..., y
entonces ocurrió.
Sábado era, rodeado de familiares y amigos, cuando me figuré Quijote para
encontrar el tesoro del lugar en la gran novela, con el mapa que tantas veces
me proporcionó Alfonso Ruiz Castellanos, mi tío, el gran cronista e historiador
de Quero.
Embriagado de La Mancha, desde el lugar de Dulcinea, acudía
el primero de tres coches, me llevaban sus explicaciones por el antiguo camino
de Villajos al “Cerro de los Gigantes” en Criptana. Paramos una vez dudando al
sabernos tan cerca, y sin duda alguna continuamos imaginando al pasar del
asfalto a la tierra la entretenida conversación del escudero con el caballero
en pos de la famosa ínsula, con el sol del alba en el estío hiriéndoles de soslayo,
por lo que la magnífica visión tan conocida habría de sorprenderles desde el
norte de aquellos molinos.
Entonces, un coche desconocedor del misterio, con la premura
de la juventud levanta una gran polvareda adelantando aquella caravana de
buscadores, y tras la niebla marrón, el alto de la loma y unas piedras a la
derecha de un antiguo gigante, pero nada más.
Casi a paso de Rocinante, por miedo a errar, suelto el acelerador y en
mi mente el párrafo famoso de Cervantes: “En esto descubrieron treinta o
cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como Don Quijote los vio,
dijo a su escudero: la ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que
acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren
treinta o poco más desaforados gigantes con quien pienso hacer batalla…”.
La visión se une al recuerdo, al párrafo, y paralizado me
estremezco. Giro bruscamente a la izquierda para parar en un cordel y echar pie
a tierra. Ese es el maravilloso momento que ha quedado en mi cabeza, tantas
veces narrado por mi tío, en el camino antiguo hacia Laminio en tierras de
campos de Montiel, desde el lugar de Quero, a poco más de dos leguas de su casa
el caballero se topa con los malditos gigantes. Giro atónito 360º, absorto, el
viento parece detenerse, ahora sí, se detiene, y me adentro en la locura del
caballero quedando en éxtasis para exclamar rotundamente a todos: ¡este es el
lugar, no puede ser otro!
Mi figura girando en un mar de tierra en el centro del
camino, contempla la visión imposible para un manchego, una multitud de molinos
escondidos tras una colina, a poco más de doscientos metros, en el silencio. Decido
andar casi correr con mi cámara al hombro loma abajo para repetir el milagro,
el misterio, y encuentro el momento para inmortalizarlo, pareciendo imposible
que apenas unos pasos, un falso llano sirva para ocultar los magníficos brazos
que derrotaron al Quijote. Dichoso encuentro que une al científico con el
misterio, probando a pie de campo, nunca mejor dicho, que aquello es cierto. Emocionado me digo, con el susurro del cronista en mis adentros, detén tu mirada en el
horizonte y encuentra aquellos molinos de viento, todos parecen escucharme
quedando igualmente perplejos.
Después volvió el viento y su recuerdo.
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